domingo, 7 de febrero de 2010

Crónica de Mar del Plata

El tipo entreabre la puerta del teatro. Es grande, pelado, vestido de negro. Parece sacado de una película de Rambo que pasan por un canal de cable a las tres de la tarde de un domingo. De un lado, gente que espera en la vereda. Del otro, la primera función de la obra de Ricardo Fort a punto de terminar. Arriba, el cartel con el nombre de la obra, "Fortuna" y al centro, Richard con somking y a sus costados, los actores de la obra, con la cara de uno sobreimpresa sobre la del otro, el que se fue, el que no quiso ser parte de una corte de los milagros que lo sigue a Ricardo por Baires, Mardel, Miami con la risa grabada en el borde de la boca para festejar al muchacho que les banca el viaje y los trata mal si se le canta y les compra objetos caros si lo agarran en buen día.

Termina la función. Unos salen, otros entran. Aparece una mujer vieja convertida en una especie de adolescente monstruosa, con el pelo platinado, los labios de bótox, una camisa transparente detenida sobre unas tetas falsas y el pantalón magenta, de raso, y el pibe al lado que no se sabe si es el hijo, el amante, el que le hace las compras y le poda el ligustro de la casa de fin de semana que esta señora quizás tenga y quizás no.

La mujer logra su entrada gratis. Dialoga con la chica que le hace prensa a Fort, menuda y bonita, que lleva los ojos muy maquillados y una cartera con brillos y zapatos de taco fino, llenos de tachas. Demasiados brillos, demasiadas tachas.

Una mujer paralítica espera que la pasen a buscar, según le explica a la chica de prensa. El tipo de la puerta deja pasar a los que van a ver la segunda función: señoras grandes que llevan los dedos envueltos en cinta scotch para que se aguanten las sandalias "de salir", chicos que quieren ver de cerca a esa especie de muñeco inflable del que habla todo el mundo, familias donde el varón lleva las bermudas y loz zoquetes a media pierna y la mujer al bebé colgado del hombro, parejas que se han puesto ropa de domingo demasiado ajustada.

Echan a uno que se hace pasar por ciego. La mujer paralítica sale también.

Cierran la puerta. Empieza la función. Todo es un poco triste. Y nadie se ríe de los chistes de Fort, quizás porque no se escucha bien lo que dice.

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