viernes, 14 de enero de 2011

Pequeños relatos míticos

i) A mi mamá no le preocupa la mudanza, sino el par de gatos que hace años viven con ella. Los pondrá en una habitación, solitos, en la nueva casa de la ciudad también nueva hasta que ellos mismos decidan salir. Ella dice que los animales no tienen noción del futuro, así que no angustian por lo que vendrá. Tampoco saben qué es el pasado, así que no evocan otros tiempos. Viven, eso es todo. Y en el hoy de los bichos sólo están sus largas siestas. Hace mucho, Walt Whitman habló de eso mismo, de los animales. Su poema estaba escrito en un libro para chicos que busco por la casa y no encuentro. Mi mamá lo regaló, al igual que un vestido lleno de mariposas que sólo usé una vez.

ii) Hace un rato salí del kiosko y me crucé a Cristian. Fuimos juntos al jardín de infantes, éramos vecinos, jugábamos a salir por el barrio para cazar gente como el Hombre Gato, El Pitufo Asesino o La Llorona. Él dijo “hola” y yo dije “hola” y los dos fumamos nuestros cigarrillos en silencio. Supongo que no se nos ocurrió nada bueno para decir, nada mejor que todas esas tardes que no recordamos.

iii) La plaza de noche huele a eucaliptos y a tierra húmeda.

iv) LaDany dice que tras la muerte de su amiga, siente que perdió la personalidad. Que todo su ser quedó partido y perdido “una parte acá, otra en Saturno, otra andá a saber”. Y sabe que los pedazos no se volverán a unir del mismo modo. Quizás ni sean los mismos pedazos.

v) El pueblo se detiene entre las doce y las cuatro de la tarde. Si te parás en el medio de una calle, podés ver cómo se pierde hacia un costado y otro, a lo lejos.

vi) La gente va a los clubes, tiene sus propias piletas o amigos con pileta. Se socializa el derecho al chapuzón.

vii) Rosita tiene 98 años. Dice que no quiere vivir más, que todas las personas que quiso se murieron, que para ella no es un problema morirse sino seguir respirando.

viii) En este pueblo hay tres hamacas que se mecen solas. Nadie las empuja, ellas se hamacan cuando quieren, porque sí. Mucho rato. Ayer lo hicieron otra vez, con una calma narcótica. Las necesito más histéricas. Así, tranquilas, no quedan bien en la filmación.

ix) Bruno tiene siete años. Su madre le dice que yo vivo en Buenos Aires. Me pregunta si soy amiga de Ricardo Fort. Le presto mi cámara de fotos y salimos a dar una vuelta. Hace click por acá y por allá. “Te saco fotos para que te acuerdes del barrio”, dice.

x) Hace una semana, Bruno me vio en una foto y le preguntó a su madre quién era yo, que no se acordaba de mí. Hoy pasó en moto con su padre y me saludó con una sonrisa. Ahhhhhh, muero de amor.

xi) A esta altura, mucha gente de mi edad tiene hijos, con rasgos parecidos a sus padres. Yo recuerdo esos rasgos en esos padres cuando niños. No sé si será por el paso del tiempo o por el hecho de que en general, no volví a ver a los padres, nunca antes había visto esos niños.

xii) En la plaza, de noche, un hombre juega al fútbol con sus dos hijos.

xiii) Vi a mi padre después de un año. Vino a verme desde el campo donde vive desde que se separó de mi madre, cinco años atrás. Usa una camisa blanca con rayas finas, un cinturón Nasa y una mochila. Dice que quiere comprarse una computadora para tener Internet y Skype. Que su amigo le dijo que se compre una netbook usada para empezar a entender lo básico. Mi viejo nunca había tenido amigos, ni había mostrado interés por la tecnología ni por comunicarse con nadie. Él sólo se dedicaba a llevar adelante una panadería y leer obsesivamente el diario cada día. Yo no sé si hago algo muy distinto, aunque no trabaje en una panadería.

xiv) Hace unos días, los perros del campo le robaron el celular. Eso dice mi viejo que hicieron los perros. Se lo llevaron y lo dejaron por ahí. Después de una lluvia, lo devolvieron, magullado. Pero a tarjeta, anda.

xv) Mi madre se compró un vestido que no usa. Me lo probé. Me queda bien. Aunque sea amarillo patito. Aunque tenga puntillas. Aunque mi madre me lleve treinta y cinco años. Sépanlo, muchachos, cuando evoquen ese chiste idiota que dice que para ver cómo será una chica en el futuro, hay que mirar a su madre. Yo me parezco a ella por las caderas. Y por cosas más secretas que sólo alguien muy valiente averiguará.

xvi) Tengo una prima de cuarenta años, que padece autismo. Es corpulenta, con la carita redonda y lisa como una manzana y los ojos perdidos. Se mueve todo el tiempo, agita las manos, dice “ah, ah, ah”. Estoy charlando con mi tía y en un momento la chica vuelve con un equipo de música chiquito. Se lo pone en la falda. Mi tía me explica que su hija escucha música y que sabe ponerla a todo volumen. Mi tía tiene ojos de perro asustado, de hartazgo, de decepción y a veces siento que odia a sus sobrinos a pesar suyo, porque seguimos creciendo ahí donde mi prima se retiró del mundo. Mi tía repite que su hija escucha la música a todo volumen y que sabe bailar.

xvii) A las doce de la noche, un ejército silencioso de mujeres invade la ciudad: las barredoras. Hace unos años, el municipio compró unas barredoras mecánicas, unos carritos con cepillos redondos adelante que a veces yo veía cuando volvía tarde de bailar. Pero estas mujeres reciben planes sociales y parece que la gente, la que no recibe planes sociales y tiene muchas hectáreas de soja, puso el grito en el cielo para que “hagan algo”. Así que las barredoras mecánicas quedaron herrumbadas en algún galpón y las mujeres hacen el trabajo a mano. Limpian con sus escobas todos los cordones de la ciudad. Se dividen por zonas. Empiezan a la medianoche para terminar cerca de las siete de la mañana, cuando la gente, la otra, va a tomar café a un bar coqueto y a molestar a las mozas, que a esa hora, tan temprano, están dormidas y malhumoradas, con toda razón.

xviii) Le voy a comprar trocitos Whiskas a los gatos. En la veterinaria tienen una docena de jaulas, acomodadas de a tres, clavadas contra la pared. En ellas hay cotorras verdes, blancas, unos pajaritos que se llaman “diamantes”, mirlos, corbatitas, jilgueros, canarios. De algunos ejemplares hay muchos pájaros; de otros uno o dos. Todos cantan y no creo que se escuchen entre sí. Es como si vivieran en un edificio hecho con alambre y palitos.

xix) Vista de costado, la ciudad es una mancha verde, con césped prolijo y tilos y palos borrachos. A medida que vas entrando, es de otros colores.

xx) Anoche llovió un rato. Me quedé bajo el alero de la casa de mi amiga Natalia, al borde de la vereda. Hablamos de todas las noches de verano que fuimos al kiosko de Harry para que nos vendiera alfajores Fantoche fríos, que ponía a congelar junto con las cervezas. Harry es bombero. Pasamos muchas noches en su kiosko cuando éramos adolescentes. Tantas, que nos invitó a su casamiento. La novia llegó a la iglesia en autobomba y nosotras les regalamos un calefoncito eléctrico.
También nos contamos historias míticas de una ciudad que abandoné.

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